martes, 10 de mayo de 2011

GÉNESIS Y PAUTAS DEL GÉNERO POLICÍACO

Todos queremos vivir en un mundo justo, bien ordenado y seguro donde se premien la virtud, la razón y el esfuerzo. Nos horroriza la violencia y el crimen, ya se trate de un atropello, una violación o de un robo, pero sobre todo nos sobrecoge el asesinato. “No hay derecho,” clamamos, exigiendo que se condene a la cárcel al culpable cuanto antes. El autor, que controla el mundo de ficción, no puede permitir jamás que el mal triunfe. Esta es la razón fundamental por la cual tantos leemos con interés y con gusto una narrativa poblada de detectives, policías y malhechores. En el siglo XIX el bien vence de modo irrevocable al mal. Adentrado el XX, por no ser tan clara la línea definitoria entre el bien y el mal, las derrotas del criminal nunca son completas ni tampoco muy seguras.
Un crimen, mayormente un homicidio, ocurrido en un lugar que suele ser un pueblo de provincias, supone la alteración del orden social acostumbrado de sus habitantes. Hasta que no se sepa la causa o el causante de dicha muerte, todos tememos que muy posiblemente seamos la próxima víctima. Cerramos las puertas, salimos lo imprescindible, devoramos las últimas noticias del periódico y andamos con sumo cuidado hasta que se resuelve el caso y las aguas sociales vuelven a su cauce. Cuando hay una racha de robos, igual sucede. Todos tenemos miedo de que nos vayan a entrar en casa una noche según dormimos o cuando estemos fuera. Es así como la literatura sustituye a la realidad.
Tal como la vida es algo impredecible, inseguro e incontrolable, la narrativa policíaca tradicional del siglo XIX es el antídoto literario que contraataca tales inquietudes. En ella todo crimen se resuelve, todo criminal es castigado, todo inocente rehabilitado. En otras palabras, el orden social es restablecido renovándose nuestra fe en la rectitud de la ley, de la preponderancia del bien sobre el mal, de lo sagrado de la moral y de la omnipotencia de un dios justo. Concluida la lectura, podemos nuevamente pasear tranquilos por la calle, salir de noche sin temor de que nadie nos vaya a saquear la casa en nuestra ausencia ni de que nadie nos pegue un tiro o nos meta una puñalada por la espalda. Los criminales están a buen recaudo en el calabozo. La literatura policíaca reordena la realidad mejorándola como secretamente anhelamos.
Se mencionan a continuación algunas características del género policíaco:
I. El relato policíaco restablece el orden del medioambiente social en que tiene lugar un crimen. Lo realiza castigando al culpable y rehabilitando a su víctima.
II. El tema central de la literatura policíaca es una búsqueda de identidad, de la identidad del asesino cuando no de la víctima.
III. La policía parece siempre un tanto torpe y lenta. Nunca está al tanto de los últimos adelantos en la ciencia de la detección. Pero, pese a sus despistes, es leal, asidua y generalmente insobornable ya que al fin y al cabo salvaguarda el orden y el bien de los ciudadanos.
IV. El detective es un superdotado intelectual, siempre más listo o más lógico que la policía. A la inteligencia suelen sumarse la minuciosidad y el perfeccionismo como otras dotes caracterizantes.
V. El detective nunca se enamora de modo definitivo ya que el factor amoroso entorpecería su labor. Sherlock Holmes y Hercule Poirot son misóginos. Sam Spade y Lew Archer están divorciados. El comandante Dalgleish es viudo. La profesión de todos ellos desconoce las horas y cualquier obligación que no tenga que ver con seguirle la pista a un tipo sospechoso. Cuando el detective es mujer, como en el caso de la entrometida Miss Jane Marple, lo más probable es que sea vieja, solterona o asexuada.
VI. El detective pertenece a una clase económica o social con medios suficientes como para no verse obligado a trabajar sino por afición. Poirot está jubilado del cuerpo de policía belga. Lord Peter Wimsey es un aristócrata de rancia e inexhaustible fortuna.
VII. El imprescindible detective puede ser de dos hechuras. El genus britannicum –como lo son Holmes, Poirot o Lord Peter –representa el detective dandy o blando. Este razona, especula y deduce el móvil del crimen y del criminal sin ensuciarse las manos ni arrugar su traje de corte aristocrático. A ellos los parodia clara y humorísticamente el popular teniente Colombo de la televisión, con su gabardina llena de lamparones, la corbata torcida de color indefinible y los pantalones caídos. El otro es el detective duro, el de Raymond Chandler y el de Ross MacDonald, como también el de Vázquez Montalbán. Estos beben, golpean a otros cuando no les queda más remedio, suspiran por mujeres ajenas y cobran un salario que apenas les da para vivir. Son los detectives privados más familiares al lector del siglo XX y después.
VIII. El detective busca en qué entretener su ocio, si no, enferma. Fumadores y trasnochadores lo son típicamente casi todos.
IX. El detective casi siempre tiene un amigo que le ayuda, facilita información desde lejos y que luego redacta la aventura para darla a conocer al mundo de los lectores. Este amigo nunca será tan listo como el detective por eso se le tienen que explicar las cosas detalladamente al final. El amigo y el lector coinciden en este respecto.
X. Ni el detective ni el narrador pueden engañar al lector haciendo trampa. Pueden no decírnoslo todo, pero todo cuanto nos digan tiene que ser verdad.
XI. Entre todos los personajes se puede ocultar ser el culpable –salvo el detective. Cuanto más inocente parezca ser el malhechor, tanto mejor.
XII. A lo largo del desarrollo de la narrativa policíaca, la mujer empezó siendo la víctima ineludible, pasó luego a cómplice, después a culpable, y por fin culmina su papel en el de detective femenino.
XIII. El móvil del crimen es, con aburrida regularidad, el dinero. Ni los celos ni el odio se le aproximan como primer motivo.
XIV. El crimen por excelencia en toda novela policíaca es el asesinato. Tan solo la gravedad, el riesgo y la pena conllevada por un homicidio son capaces de sostener el interés o el suspense.
XV. El mayordomo no debe ser nunca el culpable pues sería una trivialización del proceso imprescindible de descubrimiento o detección.
XVI. La magia, el pasadizo secreto, el veneno indetectable, la pócima o el fármaco drogante, la adivinación o la casualidad le restan siempre mérito y fuerza al relato policíaco.
XVII. Todo ha de encajar en la solución del caso con una lógica implacable. Sólo eso satisfará y hará feliz al lector.
XVIII. El escenario predilecto del relato policíaco tradicional tiende a ser delimitado en espacio-tiempo: un trayecto en tren, un viaje en avión o por barco, una cena, unas vacaciones. Si es en un centro urbano, casi siempre tiene lugar en un pueblecito. En la gran ciudad será en un vecindario, un edificio de pisos residenciales, una compañía de negocios, un ministerio, un teatro, o sea un espacio reconocible y bien definida. El ámbito ha de limitarse en cuanto a tiempo, lugar y acción con el fin de intensificar todo lo posible las emociones del lector. Por eso se cronometra todo y a todos. El detective opera contra reloj y el criminal se vale de él para conjurar sus coartadas falsas.

Datos de fuente:
Autor: Ricardo Landeira
Título del libro: El género policiaco en la literatura española del siglo XIX
Publicación: Universidad de Alicante, 2001
Adaptación para estudiantes del Capítulo 1 titulado «Génesis y pautas del género policiaco»

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